Conocí a Doña Minerva hace
muchos años, el 1996, en un pequeño pueblo de Chile denominado El Peñón.
Esta mujer, puntal de su familia, me mostró con su testimonio, su actitud y su sonrisa como ser un poco más persona. Dejó de ser la madre y la abuela de mis amigos para pasar a ser una de aquellas personas que te acompañan toda la vida, aunque estén a casi 11000 kilómetros de distancia.
El pasado mes de junio su vida se agotó, pero su ejemplo seguirá siempre vivo en aquellos que tuvimos el privilegio de conocerla. Estos versos que pongo seguidamente salieron de lo más íntimo de mí ser al conocer la noticia.
Esta mujer, puntal de su familia, me mostró con su testimonio, su actitud y su sonrisa como ser un poco más persona. Dejó de ser la madre y la abuela de mis amigos para pasar a ser una de aquellas personas que te acompañan toda la vida, aunque estén a casi 11000 kilómetros de distancia.
El pasado mes de junio su vida se agotó, pero su ejemplo seguirá siempre vivo en aquellos que tuvimos el privilegio de conocerla. Estos versos que pongo seguidamente salieron de lo más íntimo de mí ser al conocer la noticia.
Y un día, de golpe,
detuve
mi caminar.
Giré
lentamente el rostro.
un
rostro curtido por los años,
y
frente a mis ojos
pasaron
los años de mi infancia.
Se
hicieron presentes
mi
adolescencia y mi juventud.
Mis
hijos, mis queridos hijos,
corretearon
de nuevo a mi alrededor.
Y
también los hijos de mis hijos.
Noté
como en mis labios
se
dibujaba una sonrisa
y
un pensamiento,
fruto
quizás de la sabiduría
que
te regalan los años,
resonó
en mi mente
como
un canto al amor:
¡Qué
grande eres, Señor,
porque
me has hecho mujer,
porque
me has hecho madre,
porque
me has hecho abuela!
Y
también noté que una mano,
cálida
y suave,
agarraba
la mía.
Giré
de nuevo el rostro
y
Dios sonrió junto a mí.
Y
a su mano cálida
se
sumaron muchas otras manos:
las
de todos aquellos que alguna vez
me
tocaron con su amor,
las
de todos aquellos que alguna vez
fueron
tocados por mi amor.
Y
Dios, sin dejar de sonreír,
dejó
un beso en mi mejilla
que
me convirtió en amor eterno.
Una
brisa suave
me
empujó hacia tantos y tantos corazones
que
habitaría por siempre jamás.
Y
mi vida pasó a ser su vida.
Y
mi amor pasó a ser su amor.
(Siempre en nuestros corazones
Minerva)
20
de junio de 2012
1 comentario:
¡Recuerdo ese poema!
Muchas gracias, Albert
Que Dios te bendiga
¡Un abrazote!
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