La flor de azahar perfumaba el espacio. La luz de unas pocas velas lo iluminaba tenuemente. El silencio roto por la brisa que entraba por la ventana invadía la sala. Era el momento. Parecía preparado a conciencia para la ocasión pero este ambiente tan sólo era producto del azar. Se puso una túnica de lino sobre el cuerpo desnudo acabado de refrescar por un baño nocturno en el estanque. Mantuvo los pies descalzos para sentirse conectado con la tierra. Tomó un trozo de pan y una copa con vino. Se sentó sobre un cojín y comió. Lo hizo lentamente, saboreando cada bocado, cada trago. Una vez terminado la frugal comida, se acercó hasta una mesa donde escribió una nota. Debía dejar constancia de su paso por allí. Acto seguido echó una ojeada a aquel espacio que le había hecho de refugio durante mucho tiempo y salió. El perfume se desvaneció y todo su mundo desapareció al cerrarse la puerta a sus espaldas.
16 de agosto de 2007
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