Salgo de casa. Mis pies inician un camino sin un destino concreto. A pesar de eso, sé con toda seguridad hasta donde me llevarán: al mar. Siempre que me siento así, me llevan. ¿Qué como me siento? No sé que decir... Quizás indiferente es la palabra idónea. Otras veces me he sentido acongojado, contento, enamorado, solo... pero ahora creo que es la indiferencia quien habita mis sentimientos. De hecho, siempre acabo yendo hasta el mar, me sienta como me sienta. Tomo la calle que me lleva directamente a la playa. Siento el olor tan característico del agua de mar (esa olor me transporta a otra dimensión...) Veo el horizonte como se dibuja ante mis ojos: hoy llueve sobre el mar. Con la mirada clavada en este horizonte llego hasta el límite que me permite mantener los pies en tierra firme. Las olas que rompen ante mí parecen querer agarrarme, rodearme, llevárseme, tragarme... Pero no podrán, ahora no. Quizás en otros momentos, aquellos en que la angustia y la soledad dominaban por encima de todo, si que me he sentido ahogar. Pero ahora no, aunque hoy llueva sobre el mar.
Sí, llueve sobre el mar y el viento húmedo me rodea. El sonido del agua picando contra la arena me rodea. La imagen del cielo cubierto de nubes que se fusiona con el mar en el horizonte me rodea. Es como un encantamiento. Yo camino siguiendo la marca dejada por el agua en la arena con el espíritu lleno de indiferencia. Pero esta indiferencia se va transformando poco a poco en serenidad, en paz interior, en un momento especial. La fórmula mágica ha obrado su resultado.
Hoy llueve sobre el mar y la serenidad arraiga profundamente a mi espíritu.
8 de marzo de 2006
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