sábado, 24 de febrero de 2007

Tan sólo mirándose a los ojos lo supieron

El sol brillaba en medio del cielo salpicado de pequeñas y casi inapreciables nubes. La tarde caía tranquila sobre la playa solitaria. Pequeñas olas rompían en la arena y lanzaban al aire aquel sonido de mar relajante y cautivador. De lo lejos llegaban corriendo dos niños que, furtivamente, habían seguido el camino de la playa en lugar del que llevaba hacia una tarde intensamente aburrida en la escuela. Al llegar cerca del límite del agua dejaron las mochilas que colgaban de las espaldas y en medio de risas y gritos se desprendieron de la ropa dejando sus cuerpos casi desnudos expuestos al calor del sol. Rodeados de sonidos marinos y de sus gritos y risas, se inició una actividad desenfrenada de carreras, saltos, salpicadas de agua, luchas cuerpo a cuerpo... parecían incansables, inagotables. Se sentían libres como nunca lo habían sido. Finalmente, agotados, restaron inmóviles estirados boca arriba sobre la arena contemplando el cielo inmenso que les brindaba una tarde inolvidable. El sol calentaba todavía más sus cuerpos que apenas iniciaban el salto hacia la adolescencia. Una suave brisa les recorría produciéndoles una sensación muy placentera. Las mentes se iban relajando y de la emoción por los juegos, de la excitación de saber que estaban haciendo algo prohibido, pasaron a una paz agradable y tranquilizante. Instintivamente sus manos se fueron acercando hasta tocarse para después unirse y quedar enlazadas en un gesto íntimo. Giraron las cabezas el uno hacia el otro y tan sólo mirándose a los ojos lo supieron: aquella tarde, aquel preciso instante era final y principio. Final de la niñez, preámbulo de una larga vida, y principio de un camino que se les presentaba atractivo, lleno de incógnitas y de aventuras, pleno de sentimientos, pleno de vida.

24 de mayo de 2006

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