El aroma, inconfundible,
hiere los sentidos.
Los empuja a una lucha perdida
antes de iniciarse.
Se someten a una esclavitud sin límites
de la que no se puede huir,
de la que, quizás, no se quiere huir.
La mirada quiere rehuir la mirada,
pero, impotente,
se hunde en una claridad penetrante,
embriagadora.
Los músculos se movilizan,
casi imperceptibles,
buscando el contacto físico
que dará consistencia a aquella imagen
que parece soñada,
que convertirá en real
lo que parece irreal.
Y una sonrisa firmará el hallazgo.
Una sonrisa impresa de ahora en adelante,
en la profundidad del alma.
5 de marzo de 2010.
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